Breves relatos de la escuela oculta 

Sufrir bullying de la directora

Esmeralda, madre de Rocío 

Soy madre de dos niñas, una de nueve años y otra de siete, esta última con diabetes tipo uno. Mi marido y yo hemos vivido muchos acontecimientos, unos buenos y otros no tan buenos, pero el 25 de febrero de 2015 quedará en nuestra memoria como el día que nuestra vida dio un giro de 180 grados. Nuestra hija pequeña había pasado un cuadro catarral y desde hacía dos días se encontraba muy somnolienta y decaída, cosa que nos extrañó mucho, ya que normalmente es una niña muy activa. A esto se sumó el hecho de que estaba muy sedienta y orinaba mucho, sobre todo por las noches. 

Sabíamos que algo le pasaba y decidimos llevarla al hospital. La espera hasta saber qué podía ocurrirle se hizo eterna. Tras explorar y hacerle un control de glucemia, la pediatra se nos quedó mirando con cara de no gustarle lo que nos tenía que contar. Al oírla decir que probablemente había debutado con una diabetes tipo 1 y que debía quedarse ingresada, se nos cayó el mundo encima. 

¿Nuestra pequeña es diabética? ¿Para siempre? ¿Y no podíamos haber hecho nada para evitarlo? No dábamos crédito a la noticia, no podía ser verdad… 

En medio de todo aquel caos, en abril de aquel mismo año se nos plantea otro problema: la escolarización. Cuando solo habían transcurrido dos meses desde su debut, me veo en la situación de tener que realizar la preinscripción para matricularla en el centro de Educación Infantil donde estaba escolarizada su hermana mayor, pues en septiembre comenzaba el primer curso de Educación Infantil en un centro de Algeciras. 

Ante mi gran preocupación de cómo iba a ser atendida en la escuela, decido pedir cita con la directora del centro unos meses antes, lo que acabó por convertirse en un desastre. Lo primero que acertó a decirme aquella señora fue que la educación no era obligatoria hasta los 6 años y que por qué iba a escolarizar a mi hija. Aquello me dejó sin palabras. A continuación, añadió que si quería escolarizarla, podía hacerlo en un Centro Específico de Educación Especial. Mi perplejidad al escuchar tantas burradas fue enorme, a la vez que sirvió para hundirme aún más en la pena que ya tenía. 

Debido a mi desconocimiento, lo único que se me ocurrió entonces fue hablar con la Unidad de Diabetes del Hospital de Algeciras y preguntar qué hacían otros niños que se encontraban en las mismas circunstancias que mi hija cuando se enfrentaban al proceso de escolarización. Allí me pusieron en contacto con el médico del Equipo de Orientación Educativa del Campo de Gibraltar, y cuando este es conocedor de la respuesta que me había proporcionado, la directora del centro educativo monta en cólera, y decide ir a verla para pedir explicaciones. Finalmente, el médico consiguió que mi hija se escolarizase. 

A pesar de haber superado aquel gran reto del proceso de escolarización, he de decir que los tres años que mi hija estuvo escolarizada en aquel centro sufrió bullying por parte de la directora. Aunque desde el primer momento su tutora de Infantil asume la responsabilidad de acogerla, yo tenía que ir constantemente al centro para atender a mi hija, ya que la directora no dejaba que ningún profesor ni monitor la ayudara. Fue un completo calvario. 

Entre las numerosas anécdotas que aún conservo, recuerdo una vez que la tutora de mi hija se retrasó y llegó al colegio cinco minutos más tarde de lo habitual. No habían pasado aún esos cinco minutos cuando la directora me llamó para que acudiera al colegio a recoger a mi hija. Cuando fui, la tutora ya había llegado, al parecer simplemente había tenido un problema con el coche. 

Otro día me hicieron acudir a la clase de mi hija y acompañarla porque su profesora tenía que ir al médico y se iba a ausentar. Asimismo, recuerdo otra ocasión en la que la clase de mi hija fue de excursión a una granja escuela, y tuve que seguir en mi propio coche al autobús que los llevaba, esperar una hora después que habían finalizado su almuerzo, y entrar a ponerle la insulina. Cuando terminé de hacerlo, tuve que salir de nuevo y esperar fuera mientras veía cómo los profesores y algunos alumnos de prácticas de Magisterio charlaban y tomaban el sol mientras los monitores de la granja atendían a los niños. 

Podría contar otras muchas anécdotas que se repitieron durante los tres años que mi hija estuvo escolarizada en aquel centro, como aquella ocasión en que la directora se enfadó porque el presidente del AMPA había cambiado el turno del desayuno que realizaban con motivo del día de Andalucía a la clase de mi hija. Aquel hombre, con buena voluntad, hizo coincidir el desayuno con la hora a la que había que inyectarle la insulina a mi hija, para que de esa manera esta pudiera participar en el desayuno con sus compañeros de clase. Parece ser que cuando la directora se enteró, empezó a gritarle, y dijo en el Consejo Escolar que nos iba a hacer la vida imposible, y ciertamente lo consiguió. 

El médico del Equipo de Orientación Educativa venía de vez en cuando e intentaba poner a aquella mujer en su sitio, pero luego ella seguía con sus patrañas. Una vez el médico estaba indignado porque la directora no se había preocupado en ningún momento por habilitar una habitación adecuada para que mi hija se pudiera hacer sus controles rutinarios: cambio de catéter, puesta de insulina, etc. Siempre teníamos que hacerlo en medio de la clase, en el baño mientras entraba y salía el alumnado o en un cuartillo con mesas y sillas amontonadas que utilizaban como trastero y que tenía un fuerte olor a humedad. En ningún momento se respetó su privacidad. 

El problema es que los padres, ante estas situaciones, estamos totalmente desamparados por la falta de información. Actualmente, me encuentro preparando las oposiciones de Orientación Educativa para Secundaria, y eso me ha permitido conocer de primera mano la legislación y algunos derechos que ahora sé que debía haber peleado por mi hija. En aquel momento el desconocimiento hizo que me callase y que me desahogase llorando. Me indignaba que hubiera personas así. 

Cuando mi hija iba a pasar a Primaria, nos mudamos a Málaga, donde la escolarizamos en un nuevo colegio con el que hasta día de hoy estamos encantados. En el centro hacen todo lo que está “dentro de sus posibilidades”, sin embargo, mi hija aún carece de un monitor que la pueda atender correctamente, ya que solo tiene siete años y aún es pronto para que sepa manejar adecuadamente la bomba de insulina que debe llevar consigo. Cuando mi marido y yo hemos pedido al centro que soliciten apoyo para mi hija, nos han respondido que su enfermedad es algo transitorio y que cuando sea mayor no le hará falta, a lo que yo contesto que mejor para el Estado y para nosotros, que en un futuro podremos ahorrarnos esa ayuda, pero ahora mi hija la necesita. 

En la actualidad sigo cuidando de mi hija y acudiendo a su centro educativo cada vez que tiene cualquier complicación, y debo decir que lo entiendo perfectamente, porque es imposible que un maestro que tiene 26 niños en clase pueda atender a mi hija. Sin embargo, lo cierto es que tanto el tutor como el resto del profesorado colaboran en todo aquello que está en sus manos para ayudarla. El problema es la falta de recursos humanos. Actualmente, se defiende una “educación inclusiva” que atienda a las diversidades y dificultades que presentan los alumnos, pero pienso que queda mucho trabajo por hacer, ya que hay que invertir en recursos humanos, asistenciales, materiales y pedagógicos para poder llegar a una educación de calidad e igualitaria.