Desde que fui oprimido por el sistema educativo
César Giménez, estudiante adulto
Años después, cuando me encontré en forma para reanudar mis estudios universitarios, llegué tan lejos como me fue posible: hasta hice la tesina de mi doctorado. Había tenido que renunciar a mi propósito inicial, que era el de transcribir y traducir un pequeño discurso homilético, probablemente del siglo XIV. Sin embargo, debido a que tras el derrame cerebral había perdido la vista en un ojo y el trabajo requería una visión muy fina, decidí dejar eso de lado y dedicarme a estudiar algún otro asunto. En la cultura clásica no faltan materias por descubrir.
Cuando todavía no era oprimido por el sistema educativo, había cursado con normalidad mi grado o licenciatura en filología clásica. Después vinieron el Certificado de Aptitud Pedagógica, los cursos predoctorales y algún que otro empleo remunerado como profesor. Pero la cosa varió, porque el sistema no es inclusivo y por la falta de accesibilidad al entorno construido.
Quisiera continuar mis estudios, y ahora me doy cuenta de que tampoco podría escribir un texto largo sin el apoyo humano necesario. La cuestión es que, en primer lugar, me dio un derrame cerebral que me tuvo fuera de circulación un tiempo bastante prolongado y dejó algunas secuelas como esta de la visión. Además, la universidad donde estudiaba o lo pretendía, probablemente sin intención y por falta de conocimiento, no reunía las características para que un alumno con silla de ruedas (lo más vistoso, pero no lo único limitante) hiciera su tesis doctoral en la facultad a la que pertenecía.
Grosso modo, el despacho de mi profesor tutor se encontraba en la segunda planta del edificio correspondiente, con lo que había que avisarle de algún modo alternativo (grito de auxilio o aviso a otro miembro del profesorado) para que bajara cada vez que iba a consultar algo con él. En realidad, eso no era muy difícil de superar, y así lo hicimos durante un tiempo. Se me olvidaba apuntar que para llegar a la Facultad de Filosofía y Letras sin asistencia personal tenía que recurrir a la buena voluntad de mi padre, que siempre se prestaba (yo creo que con gusto y orgullo) a llevarme a la universidad.
Volviendo a lo anterior, no fuimos capaces de encontrar una solución satisfactoria al hecho de que la biblioteca de latín se pudiera trasladar a la planta baja (ya que estaba situada también en la segunda planta), así que no podía consultar in situ manuales y otra documentación de mi especialidad. A esta deficiencia hay que añadir una mayor: tampoco encontramos el modo en que pudiera subir las escaleras necesarias para llegar a la hemeroteca de mi facultad (que no tenía, no sé si ahora lo tendrá) ascensor.
Con toda amabilidad, las bibliotecarias con las que hablé se ofrecieron a bajar el material que necesitara en cualquier momento, lo cual me parecía bastante injusto para ellas. A todo esto hay que sumar que no podía saber qué documento iba a necesitar sin consultarlo previamente. Finalmente, sobra decir que no resultaba en modo alguno plausible tener a estas personas a mi servicio subiendo y bajando escaleras durante cinco años o el tiempo y las veces que requiriera yo para hacer la investigación de mi trabajo. No deseaba que estas mujeres se quedaran, como quien dice, “en las guías”: sus esposos me podían perseguir por tierra, mar y aire.
Podría resumirlo todo en que se trató de un asunto de falta de accesibilidad al entorno físico de mi facultad. Añadiendo a todo lo anterior que, si bien yo había sido capaz de escribir una breve tesina de menos de cincuenta folios, (pues los apoyos para redactar trabajos se esfumaron por parte del servicio de atención al alumnado discapacitado) no me veía yo en situación de afrontar la redacción de una tesis doctoral de unos doscientos cincuenta o trescientos folios, o los que se terciaran.
Por último, si lograba superar todas estas pruebas (cosa bastante improbable), había que defender la tesis doctoral ante un tribunal oralmente (según creo que funcionan los trámites). Ignoro si para la defensa oral de una tesis hubiera contado con algún apoyo por parte del servicio de atención al alumnado discapacitado, porque es obvio que yo solo no puedo hacerlo, a pesar de que conocía y tenía bastante buena relación con gran parte de los miembros de mi hipotético jurado. Sin embargo, yo no llegué a considerar este aspecto. Me quedé en la parte en la que me di cuenta de que no iba a poder subir a la hemeroteca de mi facultad. También probé la falta de accesibilidad de las bibliotecas de Psicología y Derecho, y no quedé defraudado: la accesibilidad a estos lugares era deficiente.