Breves relatos de la escuela oculta 

Harta de tanta manipulación y mentiras 

Mercedes Bernal, madre de Moisés 

Mi hijo Moisés es un niño con Agenesia del cuerpo calloso. Su diagnóstico lo conocí en el último mes de embarazo tras una resonancia y, como realmente se trata de una “enfermedad” rara, ni los propios neurólogos sabían concretar cuáles serían las consecuencias de este hecho en mi niño. Todos a mi alrededor lo vivieron con bastante tristeza y angustia, porque los pronósticos no eran muy halagüeños, al ser un diagnóstico duro, aunque desde el primer momento sentí, que por mi hijo no podía sentir ni un atisbo de tristeza. Era consciente de que sería un camino complicado porque te planteas infinidad de cuestiones, incertidumbre sobre su futuro, su entorno, su hermana… Pero tienes que aferrarte a la esperanza de que todo irá bien. Con mis propias manos lo acompañé a salir a este mundo, un mundo injusto, incapaz de entender muchas cosas, pero donde él quería participar, como me dijo con esa mirada fija puesta en mí, agarrándose a continuación con fuerza a mi pecho. 

En ese instante, el neurólogo que me dio el diagnóstico y que quiso estar presente en mi parto, me dijo unas palabras que me marcaron para siempre: “acabas de vivir y comprobar con un solo gesto que este niño es un luchador”. Lo dijo al ver asombrado cómo ejecutaba con diligencia el reflejo de succión a pesar de lo que se esperaba. Me marcaron porque entendí que son los pequeños detalles, esos que nadie percibe, por ser vividos con naturalidad y normalidad, los que me harían disfrutar y aprender con mi pequeño. Y por supuesto, entendí que no tenemos que tener unas expectativas, altas o bajas, que simplemente tenemos que ofrecerles las oportunidades. Él y solo él, iría marcando su vida, y nadie tendría derecho a ponerle un “techo”. Nuestra obligación, por tanto, sería permitir que tenga la posibilidad de desarrollar sus capacidades, aunque por desgracia tendrá que demostrar el doble, para que ese derecho sea concedido en muchos ámbitos, principalmente el escolar. 

Perdonadme por esta introducción, pero quería resumir un poco el contexto que vivimos con Moisés, para entender que él iba a luchar y a nosotros nos tocaba luchar con él. Empezamos desde el minuto uno, manos a la obra: estimulación, estimulación y estimulación. Su evolución sorprendentemente fue muy buena, y poco a poco se iban consiguiendo logros que vivíamos con mucha intensidad y emoción. Llegamos a los dos años, etapa importante porque fue el momento en el que lo llevamos a un centro infantil (0-3 años). Su paso por esta etapa fue muy favorable y solo tengo bonitas palabras para las profesionales que trabajaron con él. Moisés necesitaba mucha guía y no tenía mucha autonomía, pero iba super feliz y se lo pasaba genial con sus amigos. 

Llegó el momento de escolarizarlo, y, por tanto, al ser un niño también que iba a Atención Temprana, como manda el protocolo, los orientadores de zona lo visitaron. Y realmente puedo confirmar que fue una visita, porque estuvieron observándolo unos 10 minutos, mientras duraba el desayuno. Un momento un tanto extraño, en lugar de comprobar cómo se desenvolvía en otros momentos de actividades durante la mañana, como podría ser la asamblea, para mi parecer más interesantes, ya que pueden permitir observar y entender las respuestas, actitudes y comportamiento de un niño. Hay que reconocer de todas maneras que un momento puntual, tampoco creo que describa la realidad de un niño en el aula, porque evidentemente influyen muchos factores, entre ellos, cómo no, el verse observado por cuatro adultos externos y ajenos a las rutinas diarias que viven los niños cualquier día en su aula. 

Creo que sería más coherente, confiar en el criterio de esa seño que ha convivido diariamente con el niño durante todo un año y conoce a la perfección cuáles son sus necesidades reales. Pero no, esto lamentablemente no es del todo así porque para mi asombro total, ellos pretendían conocer dichas necesidades al observar a mi hijo en un momento, que para más inri, era un momento distendido, libre de estructura como podría ser cualquier otra actividad que indudablemente implique más atención, planificación, organización por parte del pequeño que es lo que desgraciadamente se empieza a exigir desde el minuto uno en la siguiente etapa de infantil (3-6 años). 

Aquella mañana viví el primer encuentro con una realidad educativa que me demostró que no me lo iba a poner fácil y, peor aún, que lo que tanto estudias en la carrera de magisterio sobre “el protagonista del proceso educativo es el niño”, “el sistema es el que se tiene que adaptar al niño y no al contrario”, es pura teoría muy alejada de la realidad. Siempre me apasionó trabajar con niños, pero empiezas a ver realmente las deficiencias del sistema cuando estás al otro lado y por el momento yo dejé mi vida profesional para dedicarme a mi hijo. 

Mi niño evidentemente estaba evolucionando muy satisfactoriamente porque él principalmente, estaba esforzándose muchísimo, recibiendo además todos los servicios necesarios (neuróloga, traumatólogo, psicóloga, logopeda, pedagoga y fisioterapeuta), además por supuesto, del trabajo en casa, siempre coordinado con todos los especialistas. Teniendo en la mano todos los informes clínicos de Moisés, escuchado las sugerencias de su seño y sin yo haber tenido ni oportunidad de hablarles de él, me sentaron en el despacho y la orientadora me dijo textualmente (nunca olvidaré sus palabras): “Moisés está estupendamente, no tiene problemas sociales y la verdad… a veces, los médicos se equivocan, así que no vamos a hacer dictamen para él y si a medida que pasa el curso la seño de infantil nos alerta con algo, pues comenzaremos el protocolo”, y a continuación soltó la bomba que me hizo cambiar definitivamente la idea que yo tenía sobre el sistema educativo y la falsa inclusión de la que tanto se presume “Piensa que esto es lo mejor para tu niño, porque ¿no querrás que ya desde el primer momento este señalado y lo etiqueten, verdad?” No daba crédito a esas palabras, no entendía como una orientadora precisamente, hablara de etiquetar, hablara de lo que era mejor para mi hijo sin contar con mi opinión, y lo más triste de todo, sin contar con Moisés, porque no lo conocía, no tenía ni idea de sus dificultades y fortalezas, no estaba considerando que era lo que realmente mi niño iba a necesitar o no, solo estaba pensando en quitarse un dictamen de encima, porque abril es un mes duro para ellos, con tanta visita, tanto papeleo y tanto protocolo y encima se permite el lujo de dudar de un diagnóstico con el que habíamos vivido y luchado durante tres años, con muchas intervenciones médicas, revisiones cada tres meses por especialistas, meses enteros con férulas por su leve hemiparesia, cuando comentó tan alegremente que el niño está estupendamente y que los médicos se equivocan. 

Todo esto, por verlo comer un bocadillo sentado, sonriente e interactuando tranquilamente con sus compis. Que más hubiera querido yo, que mi niño no necesitara apoyos, señal de que su desarrollo en la escuela no iba a ser un sufrimiento ni para mí, ni para él (sufrimiento impuesto, al que ningún niño se debería de enfrentar en un colegio). Ojalá los niños no necesitaran este tipo de “encajes” que son los dictámenes. Lo deseable y necesario, es que se atienda a cada niño según sus necesidades sin segregar, excluir o señalar como ella me decía, pero sabía perfectamente que firmar mi consentimiento para que no hicieran dictamen, solo sería una pérdida de tiempo, significaría comenzar de nuevo una lucha cuando comenzara el cole que ya habíamos recorrido, sabía que dependía del maestro para que una vez detectara la necesidad, iniciara un protocolo, que una vez más, dependería de que el orientador u orientadora lo evaluara (cuando tuviera hueco, porque no hay que obviar que siempre están hasta arriba de trabajo) y todo esto se traduciría en meses y meses de espera, en los que el que verdaderamente perdería, sería mi hijo, que no estaría recibiendo sus apoyos para que todo siguiera evolucionando favorablemente. No se trataba de pedir recursos para Moisés, sentía que tenía que exigir sus derechos. ¿Qué necesidad había de perder un año de curso y ver cómo evoluciona? Si todos en aquella mesa sabían que tarde o temprano necesitaría de esos apoyos, ¿por qué negárselos si era su derecho?. 

Moisés iba a empezar el curso recibiendo cuatro sesiones semanales de terapias pedagógicas por las tardes, pero resulta que la orientadora, consideraba que mi hijo estaba estupendamente y que ya iríamos viendo. Por supuesto, argumenté la necesidad de comenzar su escolarización con esos apoyos, considerando que el proceso, en este caso, debería ser al contrario, ir abandonando los recursos si la evolución y respuesta del niño, así lo determinaran. Les comenté que, ya que ellos no consideraban ese dictamen, pediría la evaluación desde Cádiz porque yo, por mucho que me vendieran que era lo mejor para mi hijo, no podía firmar ese documento. Después de una semana recibí la llamada de que me pasara a firmar el dictamen, y cuando fui a recogerlo, la orientadora, aunque me lo dió, volvió a insistir que ella no estaba de acuerdo. Todo esto resulta paradójico, porque de manera paralela en el tiempo, una buena amiga mía con un niño con diagnóstico de TEA, estaba viviendo el mismo proceso, pero al contrario. Esta vez su orientador le “aconsejó”, matricular al niño en un centro que cuenta con aula específica. Digo que le aconsejó entrecomillado, porque evidentemente el futuro de ese niño ya lo habían decidido dos personas que no lo conocían de nada, como comenté en mi caso en un despacho, tras una observación en su centro infantil de diez minutos y principalmente al valorar el diagnóstico. Volvieron a utilizar la tan temida frase para los padres que vivimos la diversidad funcional: “es lo mejor para el niño”. 

cumplido los tres añitos, segregarlo de esa manera para mi parecer tan cruel, y privarlo de la posibilidad de imitar, de aprender de sus iguales y no junto a cuatro niños de edades totalmente dispares, al igual que sus intereses?. Como es posible que los profesionales en los que tantas familias perdidas y desesperadas confían, puedan limitar e incapacitar el desarrollo de un niño, argumentando que es por su bien, y dando la falsa esperanza de que posiblemente puedan cambiar de modalidad de escolarización en un futuro, si saben por experiencia, que una vez un niño entra en un aula específica es muy complicado por no decir imposible que vuelva a su grupo de referencia.

A veces crean un espejismo, integrando, que no incluyendo, al niño varias horas a la semana, para justificar de alguna manera que están intentando esa inclusión de manera progresiva, pero resulta que casualmente hacen ese intento de integrar a los niños en E.F., E. Artística o música, materias que en muchos casos no están sujetas a cierta rutina y muchos niños que necesitan estructura, anticipación, se pierdan y por supuesto ya tienen la excusa, para atribuir motivos de conductas disruptivas para no realizar verdaderamente el paso de incluir a los niños toda la jornada escolar. Además, por supuesto, de demostrar que no confían en las capacidades de un niño, poniéndole límites al considerar imposible incluirlo en otras materias instrumentales sin darle la oportunidad de poder demostrar, simplemente por presentar un diagnóstico. Dejando una vez más que entren en juego los prejuicios y valoraciones de experiencias anteriores sin tener en cuenta que no por presentar un determinado diagnóstico, dos niños van a evolucionar de la misma manera. Conozco de cerca varios casos de niños en aula específica y me entristece simplemente el hecho de su existencia como una “alternativa” para ellos. Las aulas específicas son el claro ejemplo del fracaso educativo para conseguir la inclusión, ya que me parece una de las medidas más segregadoras practicadas, carentes de efectividad, por lo que es incoherente que se hable de centro inclusivo, existiendo en el mismo, este tipo de aulas. 

Todos estos procesos hicieron que me involucrara siempre mucho en la defensa de los derechos los niños y en apoyar de manera muy activa la inclusión, esa que muchos profesionales y familias queremos; que vemos posible con trabajo, ganas y voluntad, pero que viendo esta forma de actuar de uno de los principales agentes de la educación, como son los orientadores, lo vemos muy lejano en el tiempo. No quiero decir, afortunadamente, que todos los orientadores actúen de la misma manera, porque tengo la suerte de conocer a grandes personas que se dedican a ello y son nuestra esperanza. 

El primer año de colegio de Moisés pasó con relativa normalidad, agradeciendo a su seño los apoyos que recibía del PT del cole, recurso necesario como todos comprobaron, incluso la propia orientadora al finalizar el curso. En el curso siguiente me encontré que ante la saturación de trabajo del PT, se veía en la necesidad de sacar a los niños de sus aulas, en grupitos de tres, medida muy cuestionada por mi parte al considerar que no era efectiva para ellos, además de injusta. Si para algunos aspectos, al trabajar el programa específico, consideran necesario hacerlo de manera más individualizada fuera del aula, ¿qué sentido tenía entonces que el PT tuviera que trabajar con tres niños a la vez?, por supuesto resulta incoherente, pero son medidas que al parecer tienen que aceptar los propios especialistas al no contar con más compañeros y también las familias, a las que se les hace ver, que es lo normal, que se tienen que conformar, aun viendo que se están vulnerando los derechos de sus hijos, cosa que me indigna muchísimo, porque es cruel recortar siempre a los que precisamente más lo necesitan. Hay que decir que hace efecto, porque por desgracia son muchas las familias que lo aceptan, casi sin cuestionar, a veces por desconocimiento de que tenemos que luchar, nunca asumir esa situación tan discriminatoria, argumentando que es lo que hay. Esto ocurre también, porque las pocas que se atreven a alzar la voz y exigir, se encuentran muy solas, y el desgaste es inmenso. A veces piensas que el tiempo y energías empleados en la lucha, es tiempo y fuerza que le quitas a tu hijo. A pesar de todo, algunas no podemos evitarlo y sacamos fuerzas una y otra vez. 

Evidentemente, me reuní con la directora del centro para trasladarle mi inquietud, y conocer cómo era posible que no se pusiera remedio a esta situación que estaba perjudicando a tantos niños. Para poneros en situación, es un colegio de tres líneas y contaban con dos PT, uno de ellos itinerante. Como era de esperar, se excusó, explicando que los recursos son los que son y ella no podía hacer mucho, aunque se comprometió a ir a Cádiz y exponer la situación una vez más, esta vez en persona, incluso me comentó la posibilidad de que yo como madre hiciera un escrito y que lo apoyaran con su firma las demás familias afectadas por esa falta de profesionales, en este caso de PT. 

Por supuesto hice el escrito, haciendo referencia la legislación vigente y como se estaban vulnerando los derechos de nuestros niños, pero no consideré que fuera una petición que tuviéramos que hacer las familias “afectadas”, era una necesidad del cole, y pensé que haríamos más fuerza con la firma de todas las familias del cole, así que hable con el AMPA, y estuvimos varias semanas recogiendo firmas por todas las clases. 

Entre papeleo y demás, ya sabíamos que ese curso no tendríamos respuesta, pero el siguiente por fin comenzamos con dos PT con horario completo en nuestro centro. El último curso de infantil, por fin el PT, podía entrar al aula a trabajar con Moisés. 

Cuando Moisés era un bebé, algunas mamás me trasladaban la angustia con la que vivían el día a día con según qué maestros y no entendía muy bien cuál era la finalidad de esa manera de afrontar las dificultades de sus hijos, por parte de esos maestros. Y durante toda la etapa de infantil, pude vivir esa angustia en primera persona. Como en muchas cosas, dependemos de la voluntad de los maestros, pero cuando hablamos de trastornos invisibles, esa voluntad en muchos casos brilla por su ausencia. Es increíble como algunos no entienden todavía, que hay niños con problemas del neurodesarrollo que implican impulsividad, patrones de déficit de atención, dificultades de organización, autonomía, planificación, inmadurez para afrontar ciertas pautas y normas sociales, etc., y que cuando se manifiestan, necesitan guía, apoyo, comprensión. No necesitan que se les haga sentir culpables por algo que ellos no controlan y necesitan entrenar y aprender a diferentes ritmos. Una de las cosas a las que me refería antes, de la angustia del día a día provocado por algunos maestros, es cuando un día sí y al otro también, te dan el parte a la salida de lo poco que está trabajando, de lo inquieto que es, de que no respeta las normas, de cuanto molesta, etc. No eres consciente de lo que estos mensajes provocan en las madres, hasta que lo vives.

Y yo me pregunto: ¿es necesario ese machaque casi a diario?, ¿piensan que las madres no somos conscientes de las dificultades de nuestros hijos?, ¿qué pretenden conseguir con eso? Todas las madres vivimos el momento de recoger a nuestros pequeños con mucha alegría, pero estas actitudes se encargan de romper la magia de ese momento esperado. Puntualmente, lo puede vivir cualquier mamá, cuando la seño le comenta que con su hijo hoy ha pasado esto o lo otro( algo normal e incluso necesario)…, pero hay mamás que esto lo viven casi a diario. Queremos volver a casa con ganas de que nos cuenten, de compartir momentos con él, pero no llegar ya con el disgusto y la impotencia de que tu hijo no actúa como se espera y prácticamente te dan a entender que no saben qué hacer con él. Soy su madre, quiero estar coordinada con los maestros para buscar soluciones, para trabajar en la misma línea, pero no hay derecho a ese desgaste, porque todo eso que nos cuentan ha pasado durante la mañana, no hemos podido evitarlo y te crean una sensación de impotencia y desesperanza brutal. ¡Que son niños! Y estoy hablando de la etapa de infantil. 

Ahora que Moisés ha comenzado primaria, siento que es cuando viene lo peor. Todo el verano estuve con la esperanza puesta de que el maestro o maestra que le tocara fuera empático, considerara que estamos para apoyarnos, para trabajar juntos y conseguir los avances deseados, pero como un equipo. Todos los padres quieren esto, por supuesto, pero es que los que vivimos la diversidad funcional en casa, lo necesitamos y lo deseamos con todas nuestras fuerzas, porque nuestras preocupaciones desgraciadamente no son solo que apruebe o suspenda una materia. Tengo una niña, cursando cuarto de primaria, por eso sé de lo que hablo, que no se vive de la misma manera y es aquí donde nos damos cuenta de que no hay inclusión, porque un cambio de etapa, un cambio de profesionales se debería vivir para todos los padres igual, porque estamos hablando simplemente de niños y niñas que van a un cole a aprender, a compartir, a vivir experiencias, a desarrollar su propio ser, independientemente de sus dificultades y capacidades. 

Desde el primer día de cole, pedí a la nueva maestra de mi niño tutoría, para hablarle de mi niño, porque Moisés, no es ese informe y esas pautas colgadas en séneca, eso son orientaciones, diagnósticos y protocolos y considero que falta la parte más humana para poder conocer y trabajar con el niño. Hasta el próximo lunes (11 de noviembre), no me ha dado la tutoría. Yo no he tenido la posibilidad de anticiparle cuestiones sobre mi hijo, lo que estoy trabajando en casa, cómo lo estamos trabajando, lo que trabaja su terapeuta Sonia Acuña, que está deseando coordinarse con ella para que entienda que está para reforzar y ayudar en todo lo que ella necesite en esas horas extras fuera del cole y llegar donde ella no puede, evidentemente. Sin embargo, lo que sí he recibido son sus anotaciones en la agenda. Ya estamos en primaria y no recogemos a los peques dentro del centro, como se hacía en infantil (momento en el cual la maestra tenía esa posibilidad de darme el parte de incidencias diarias de mi hijo), pero tienen ese “arma”, la famosa agenda. También antes de vivirlo en persona, conocía de cerca muchos testimonios, del uso de la agenda, de nuevo para ese machaque diario a las familias. Uno de esos mensajes es curioso, porque después de describirme cómo mi hijo estaba siempre levantándose, se mostraba inquieto, me decía que teníamos (los padres) que hablar con él. ¿Qué se piensa, que no trabajamos a conciencia los límites, las consecuencias de los actos, las normas, etc., como cualquier otra mamá?

Si me hubiera dado la oportunidad antes, de hablar con ella, puede que entendiera el por qué hace Moisés esas cosas y qué es lo que necesita. Por favor las madres necesitamos hablar de soluciones, buscar estrategias consensuadas, no necesitamos esa información unidireccional que, por otro lado, ya conocemos. Llevamos casi mes y medio de cole y al parecer la solución está en mi mano, y es hablar con mi hijo de seis años. Como dije antes, desgraciadamente hay maestros muy poco formados y sensibilizados con los trastornos del neurodesarrollo y cuando tienen conocimiento sobre alguna discapacidad, suelen generalizar y basarse en las experiencias vividas con un caso en particular. Soy consciente que el problema de base está en la universidad, cuando estudiamos la carrera, pues ya ahí se trata la atención a la diversidad como algo externo y excepcional. Tenemos que seguir aprendiendo y formándonos porque conocer una trastorno, una discapacidad no te ofrece la panacea del conocimiento para saber actuar, no trabajamos con trastornos, no trabajamos con discapacidades… trabajamos con niños y niñas y ese el centro de todo y a partir de ahí, de conocerlos, podremos intervenir. Creo fundamental, la necesidad de trabajar como equipos, familias, maestros y especialistas externos. Ciertamente, no puede haber nada más beneficioso para el niño que explotar todos los recursos disponibles para apoyarlos y guiarlos en su camino, y las familias creo que somos un gran recurso que hay que explotar, en el buen sentido, pero no machacar. Mantener una relación de comunicación fluida no debe entenderse con dar el parte diario de todo lo que el niño no hace según lo esperado. ¿Dónde está lo que sí consigue y hace bien cada día?

Los padres también necesitamos esa información para motivarnos y seguir confiados en nuestro trabajo y cuando algo no funciona, pues cambiamos y punto. Moisés, estoy convencida (ya viví esta etapa con su hermana), trabaja muchas más horas que cualquier niño de su edad al día, sin embargo, los resultados están por debajo de cualquier otro niño a veces. Pero, ¿y su esfuerzo?, ¿no se valora? Es un niño que, cuando está motivado, trabaja super bien, contento, con ganas e ilusión. Me parte el alma ver en esas anotaciones de la agenda, que solo reflejan a un niño con limitaciones, pero es que Moisés es mucho más que eso. No podemos olvidar, que Moisés estaba en Atención Temprana con 20 días. Lleva con pedagoga y logopeda desde los dos añitos y ahora con su querida Sonia Acuña, que ve esa chispa en él, de empezar a leer, sumar…. Tenemos que aprovechar esa ventaja de entrenamiento de trabajo que lleva a sus espaldas y no quedarnos con que se levanta mil veces… ¡Es que lo necesita! ¿Por qué decimos que incluimos a niños TDHA, TEA, síndrome de Down, etc., pero luego no entendemos algunos patrones de comportamiento como consecuencia de sus alteraciones neurológicas? ¿No se dan cuenta que no es su diagnóstico en sí, lo que hace que no vean lo que consigue, lo que es capaz, sino el ambiente incapacitante que se crea a su alrededor, al no intervenir con él de la manera que necesita? Es como pedirle, aunque suene duro, a un niño que necesita como recurso una silla de ruedas, para tener por supuesto la misma igualdad de oportunidades, que no la utilice en el cole.

Por lo tanto, si no entendemos al niño, no lo estamos incluyendo, estamos forzándolo a que entre por el patrón esperado para todos, y eso no es igualdad de oportunidades, más bien es todo lo contrario. Hasta que no se entienda que no podemos meter a todos los niños y niñas dentro del mismo corsé, no entenderemos lo que es la inclusión. 

Todo esto me hace reflexionar cada día, y entiendo que estamos muy lejos de la verdadera inclusión, si seguimos hablando de diagnósticos y limitaciones. En lugar de hablar de metodologías, estrategias, intervención y de niños. Por supuesto, algo que tengo muy claro es la falta de formación e información de la sociedad en general. Necesitamos concienciar, porque la ignorancia nos hace repetir patrones de vida, normalizar las injusticias, aceptar las desigualdades y conformarnos con lo impuesto. 

Junto a mi amiga Sonia Acuña, llevamos ya más de seis años entrando en todos los coles de la localidad de Rota y alrededores, para aportar nuestro granito de arena, intentando informar, sensibilizar y concienciar a muchos escolares, desde infantil a secundaria, a los iguales, esos que viven muchas horas al día con niños como el mío y como otros, para que realmente entiendan la diversidad funcional, comprendan por qué hay compañeros que se compartan de una u otra manera que supuestamente se aleja de la norma; por qué desgraciadamente hay niños que salen de sus aulas varias horas a la semana (desgraciadamente porque lo deseable es que ningún niño tuviera que salir y recibir el apoyo allí donde más le hace falta, dentro y no en un ambiente descontextualizado completamente ); por qué a veces se llegan a pensar que tienen mucha suerte al poder hacer exámenes más fáciles o lo contrario, que esos niños son menos que los demás porque son más “torpes” y necesitan que los ayude; por qué hay niños que parece que no quieren tener amigos y no es que no quieran, es que no saben. 

Sabemos que, por desgracia, muchos de estos niños con discapacidad y sobre todo los que presentan trastornos menos conocidos, y, por tanto, más invisibles, son el blanco perfecto de burlas, acoso y vejaciones. Pero esto ocurre, porque no existe conciencia de las diferencias, existe mucha ignorancia, y para respetar, aceptar, apoyar y colaborar tienen que tener información y normalizar. Ayudamos a ir abandonando prejuicios en las nuevas generaciones, prejuicios que durante años hemos aceptado en nuestra sociedad sobre la discapacidad y que tanto daño está haciendo para conseguir la inclusión. Hacer visible esos trastornos invisibles, que ni los propios maestros a veces aceptan. También hemos tenido la suerte de poder ir a varios claustros para trasladarles la realidad que viven estos niños y sus familias (crear conciencia). 

Tenemos ahora en espera hacer charlas a los cuerpos de seguridad en Rota, en los club de fútbol y monitores de piscina. Nuestro compromiso siempre será ese, ir poquito a poco, provocando el ansiado cambio de miradas del que tanto se habla, al menos hasta donde lleguemos. Para aceptar hay que conocer. Estos niños son el futuro del mañana, los que trabajarán con nuestros hijos. Serán sus compañeros, serán futuros maestros y tenemos que hacer cada uno lo que podamos para romper esas barreras sociales. Para que cale la idea en nuestra cultura, en nuestro pensamiento y modo de vida, que la discapacidad, no es un problema individual, es algo que tenemos que afrontar en colectivo para dejar de vulnerar sistemáticamente los derechos de muchos niños, niñas y adultos. Y que la lucha para que no se siga cometiendo tantas injusticias no le corresponde a un colectivo en concreto, nos corresponde a todos como sociedad, porque la diversidad nos enriquece y nos hace más humanos. 

Tenemos la esperanza y la fiel convicción de que esta concienciación algún día no será necesaria. No tendremos que hablar de educación inclusiva, porque solo se hablará de educación, ya que como dicen grandes profesionales a los que admiro por su lucha, si no es inclusiva, no es educación.